DIEGO STERLACCHINI|SURTIDO DE EMOCIONES EN EL MUSEO LOPEZ CLARO

Sterlacchini es un artista que ha dado lo mejor de sí, pero de un ámbito que excede los conocimientos académicos y/o de escuelas. Ha construido un sistema propio de mediación entre su talento/intelecto/potencial, que conecta en las profundidades de la percepción del ser humano y sus emociones.
Apelando a la línea del dibujo, y sin llegar a las gigantes estructuras o volúmenes de otros autores, logra confinar en una retícula diminuta, un sinfín de emociones y pulsiones que retroalimenta a cada momento. Como acto metacognitivo, logra establecer una sincronía entre las pulsiones propias y las emociones que conlleva el espectador. Y se permite ciertos giros en la línea que en cualquiera sería garabatos, pero que en el relato de él, propio, permite generar un relato que tiene pilotes en lo grotesco, el inconsciente, la precariedad de las estructuras desde donde se construyen los personajes en un andamiaje de yesos, hospitales, desesperanzas y letanías de indigencias que emergen desde las baldosas o sótanos oscuros de residencias hospitalarias o similares.

Diego Sterlacchini modifica las estructuras tanto temáticas como visuales de estos materiales para crear un caos de color y alegría, como una exaltación Bachiana del dolor, un éxtasis consumado refrendado desde la cosmogonía del navegante que infiere, advierte, pero que también es un tripulante del propio barco del dolor. Así como Toulouse Lautrec pintó en su momento la realidad que lo rodeaba y así como Johann Sebastian Bach logra a través de sus fugas, o como Chopin en sus nocturnos nos confieren la mágica fórmula de descender a las profundidades del ser humano, Diego Sterlacchini desencadena un “Chaos” visual desde otros inframundos, que en un paralelismo asombroso con la realidad, coexisten a veces sin darnos cuenta, pero que están a pocos metros de distancia nuestro, fuera de la asepsia de los estudios o de las estructuras del “yo” o del conciente nuestro, para lanzarnos -pintura y lápiz mediante- gruesos borbotones de realidad en una estructura que cruje permanentemente y oscila -como un giróscopo- dentro de nuestras latencias que todos tuvimos desde niños y niñas, denominador común en las blancas salas de antaño en donde nuestras enfermedades y nanas quedaban al desconsolado efecto del tiempo, mientras los años caducaban de por sí, solos, y nos hacíamos grandes.

Un grande: Diego Sterlacchini.